La primera vez que vi a Dianita estaba muy pequeña, su mamá dice que tenía un año y ocho meses. Estaba en su casa y como Paty estaba haciendo algo me pidió que la cargara y en ese primer contacto visual que tuvimos el mundo se paralizó por un instante, al punto que la pequeña estaba inquieta, como llorando... y se calmó.
Desde entonces Diana ha sido parte de mi vida, la hija que nunca tuve, pero que siento como si fuera mía de verdad porque despierta en mí ese sentimiento paternal. Siempre le he dicho a Paty que yo quería una niña, y que Dios me la mandó en “extrañas circunstancias”.
Con Diana he compartido momentos inolvidables, paseos, cumpleaños, días del padre, vacaciones, días de playa, de montaña, viajes a Coche, navidades, semanas santas, carnavales, graduaciones, idas al cine, a comer, sobre todo sushi que le gusta mucho, parrilladas, piscinadas y hasta pijamadas; en fin, son poco más de cinco años juntos, pero parece toda una vida.
Como no querer y amar a una niña tan especial, como no agradecer a Dios haberme dado el privilegio de estar con “un angelito”, que como yo digo, vino a dar mensajes a este mundo, y vaya que nos los da a cada momento a nosotros: su familia. Es una niña preciosa por dentro y por fuera, es respetuosa, ordenada, inteligente, competitiva y amorosa… Y tiene un lunar junto a la boca … que sencillamente “mata”.
Hoy en día puedo decir que Diana llegó a mi vida o yo llegué a su vida para no separarnos jamás. Para recordarnos lo bella que puede ser la vida cuando hay una entrega total e incondicional. Para confirmar que el amor verdadero trasciende las fronteras de la consanguinidad, que con toda seguridad siempre hemos sido familia y en esta vida nos tocó reconocerlo en el momento preciso, porque el tiempo de Dios es perfecto…
Diana, yo no te quiero… Te amo
No hay comentarios:
Publicar un comentario